“Ex abundantia cordis os loquitur”: Cuando el alma se desborda por la boca.
- rulfop
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Hay frases que atraviesan los siglos con la fuerza de una verdad incontestable, frases que no envejecen ni se diluyen, porque fueron pronunciadas en momentos donde el alma humana se mostró desnuda ante el mundo. “Ex abundantia cordis os loquitur” “Cuando rebosa el corazón, habla la boca” es una de esas sentencias que, más que una enseñanza, se convierte en espejo. Un espejo en el que cada generación puede mirarse y reconocer su rostro interior.
Esta locución latina proviene del Evangelio según San Mateo, capítulo 12, versículo 34, y su autor, aunque registrado por el evangelista, es nada menos que Jesús de Nazaret, una de las figuras más influyentes de la historia de la humanidad. No es una frase lanzada al azar, sino una de aquellas que nace en el fragor de un enfrentamiento verbal, en un contexto de tensión y denuncia, donde las apariencias religiosas son desnudadas por la verdad moral.
El contexto: una sentencia dirigida al corazón de los hipócritas
En el capítulo 12 del Evangelio de Mateo, Jesús está discutiendo con los fariseos, el grupo religioso que dominaba la vida espiritual y moral del pueblo judío en tiempos del Imperio Romano. Estos hombres, conocedores de la Ley y expertos en interpretarla, solían juzgar desde lo alto de su autoridad, y muchas veces condenaban a quienes, según ellos, no cumplían con los preceptos religiosos. Jesús, sin embargo, veía más allá de sus palabras y gestos: los miraba al corazón.
Acusado de realizar milagros por el poder de Belcebú, príncipe de los demonios, Jesús responde con una serie de parábolas y frases que desenmascaran la maldad disfrazada de virtud. Es en ese momento que pronuncia la sentencia: “Raza de víboras, ¿cómo podéis hablar cosas buenas siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.
Aquí, la frase no es un consejo, sino una acusación directa y profunda. Lo que Jesús señala es que las palabras que salen de una persona no pueden ocultar por mucho tiempo lo que verdaderamente habita en su interior. Si el corazón está lleno de odio, envidia, arrogancia o mentira, aunque se intente disimular con discursos religiosos o buenas maneras, la verdad emergerá en algún momento, casi sin querer.
El autor: Jesús de Nazaret, el verbo hecho carne
Jesús no fue un filósofo en el sentido clásico, ni un político, ni un líder militar. Fue un maestro, un rabino itinerante que caminó por Galilea, Samaria y Judea, predicando un mensaje de amor, justicia y redención. Su forma de enseñar no fue a través de tratados ni argumentaciones complejas, sino mediante parábolas, imágenes simples y frases que tocan el alma. Como “Ex abundantia cordis os loquitur”.
Esta manera de hablar revelaba su profundidad espiritual y su comprensión total del ser humano. No era necesario para él investigar los actos o los códigos: bastaba con escuchar una palabra, observar una mirada o un gesto, para saber de qué estaba hecho el corazón de alguien. Esta sensibilidad lo distinguía de todos los demás. Su mensaje, entonces, no apelaba solo a la mente, sino a la transformación interior, a ese lugar secreto del alma donde se fragua la autenticidad.
Un principio universal: la palabra como espejo del alma
La belleza de esta frase radica en su universalidad. No es exclusiva del cristianismo ni de la religión. Habla de una ley humana y profunda: las palabras son como un río que brota del manantial del alma. Si el agua está limpia, lo estará el río; si está contaminada, el cauce también lo estará. Por eso, la lengua no es neutra. Lo que decimos, incluso sin querer, nos delata.
En tiempos actuales, donde la comunicación se ha multiplicado por millones a través de las redes sociales, esta frase cobra una relevancia extraordinaria. En los discursos públicos, en los comentarios virtuales, en los mensajes que se lanzan al mundo digital, se revela constantemente qué tipo de corazones están detrás. Hay corazones que sangran, otros que arden, otros que curan. Algunos están vacíos, y otros llenos de compasión.
Cada palabra es, en este sentido, una carta abierta del alma.
Ejemplos históricos: cuando el corazón habló
A lo largo de la historia, se han registrado momentos en los que esta frase se confirma con una claridad sobrecogedora. Pensemos en los discursos inflamados de odio que precedieron a conflictos armados, como los de Hitler en la Alemania nazi, donde el veneno del alma se filtraba en cada oración. Pero también pensemos en las palabras de amor y esperanza de figuras como Martin Luther King Jr., cuya famosa frase “I have a dream” nació de un corazón lleno de fe y anhelo por la justicia.
El poder de las palabras no está en su sonido, sino en la fuente que las genera.
Un poeta puede tocar con una línea lo que otros no logran con cien páginas. Un niño puede decir una verdad que desarma. Un anciano, con una sola frase, puede iluminar una vida entera. Todo depende de lo que habita en su corazón.
Filosofía, psicología y espiritualidad: una verdad compartida
Esta verdad también ha sido reconocida por la filosofía y la psicología. Aristóteles decía que la virtud no es un acto aislado, sino un hábito que nace del carácter. Y el carácter, por supuesto, se manifiesta en las palabras. Freud, en el terreno del inconsciente, mostró cómo los lapsus revelan lo que la mente consciente intenta ocultar. El alma, en definitiva, no puede callar por mucho tiempo.
En el sufismo, tradición mística del Islam, se enseña que el corazón es el lugar donde habita la presencia divina, y que de él salen los suspiros, las palabras, los gestos que conectan al ser humano con lo eterno. En la Cábala judía, se dice que el corazón y la boca están unidos por un hilo invisible, y que quien controla el primero, domina la segunda.
Una invitación a la coherencia
“Ex abundantia cordis os loquitur” no solo es una frase para recordar, sino una invitación constante a revisar nuestro interior. No se trata de censurar las palabras, sino de cultivar el corazón. Porque si lo que hay dentro es luz, justicia, paz y amor, eso será lo que inevitablemente se derramará al hablar.
Hoy, más que nunca, el mundo necesita voces limpias. Necesita palabras que curen, que inspiren, que eleven. Pero para ello, primero hay que mirar dentro. Sanar lo que duele, iluminar lo que está oscuro, perdonar lo que pesa. Solo entonces podremos hablar con autenticidad, y nuestras palabras no serán ruido, sino melodía.
Epílogo: La boca como altar del alma
Imaginemos por un momento que cada vez que hablamos, lo hacemos desde un altar. Que nuestras palabras son ofrendas que suben al cielo o bajan al abismo. Que cada conversación es una plegaria, una confesión o una profecía. ¿Cómo elegiríamos nuestras palabras? ¿Qué permitiríamos que rebosara desde nuestro corazón?
Jesús, con esa frase breve pero inmortal, no solo desenmascaró a los hipócritas, sino que nos dejó una brújula para la vida: habla, pero primero siente; di, pero primero escucha tu interior; expresa, pero que lo que salga sea verdad, no apariencia.
Porque al final, aunque intentemos fingir, la boca siempre hablará de lo que rebosa el corazón.
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