Concordia y Discordia: La Sabiduría de Sallustio en la Fragilidad del Poder.
- rulfop
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En una de las frases más contundentes y universales del pensamiento latino, el historiador romano Cayo Sallustio Crispo nos legó una máxima que ha atravesado siglos con la misma vigencia que tuvo en su época: “Concordia parvae res crescunt; discordia maximae dilabuntur”. En español: “Con la concordia crece lo pequeño; con la discordia se arruina lo más grande.” Esta sentencia, cargada de sabiduría política y social, pertenece a su obra Bellum Iugurthinum La Guerra de Yugurta, y sintetiza, en un par de líneas, uno de los principios fundamentales de la cohesión humana: la unidad fortalece; la división destruye.

Para comprender a fondo esta frase, es necesario adentrarnos en la vida de su autor y en el contexto político de la antigua Roma. Sallustio no fue solamente un espectador de los eventos que relata; fue también actor y crítico agudo de su tiempo. Nacido en el año 86 a.C. en Amiternum, una ciudad sabina, y fallecido en el 34 a.C., vivió en una época turbulenta marcada por la lucha de poder entre facciones, la corrupción rampante y el ocaso de la República romana. Fue senador, aliado de Julio César, y más tarde historiador comprometido con denunciar la decadencia moral y política de su patria.
La frase citada aparece en un pasaje del Bellum Iugurthinum donde Sallustio traza un retrato de la antigua Roma, una Roma virtuosa, construida sobre la base de valores colectivos: honestidad, laboriosidad y sentido del deber. En contraste, critica amargamente la Roma de su tiempo, dominada por la ambición personal, la traición y el clientelismo. La reflexión sobre la concordia y la discordia aparece como una advertencia: la grandeza no se sostiene sin cohesión; el imperio no se perpetúa si está dividido.
Este principio, aunque formulado hace más de dos mil años, trasciende el tiempo y el espacio. En la historia de la humanidad, incontables civilizaciones han florecido gracias a la unidad interna, y otras tantas se han desplomado por conflictos intestinos. Desde las polis griegas hasta los imperios modernos, la armonía social ha sido siempre un factor esencial de crecimiento. La discordia, en cambio, es el cáncer silencioso que corroe los pilares más sólidos.
Lo interesante de la afirmación de Sallustio es que no se limita al ámbito político. Puede aplicarse a cualquier nivel de la vida humana. En una familia, por ejemplo, la unión permite superar adversidades; las tensiones, en cambio, generan fracturas irreparables. En una empresa, la colaboración entre sus miembros puede convertir un proyecto incipiente en un éxito rotundo, mientras que los conflictos internos pueden sabotear incluso a las compañías más consolidadas. En una comunidad, la cooperación refuerza la convivencia; la discordia la convierte en un campo de batalla.
El pensamiento de Sallustio se sitúa dentro de una tradición filosófica y moral que veía en la decadencia interna la principal amenaza de cualquier poder. No fueron los enemigos externos los que acabaron con Roma, sostiene implícitamente, sino la pérdida de valores comunes y la atomización de la sociedad en intereses personales. Esta es, de hecho, una constante en la obra sallustiana: la denuncia de la corrupción, del egoísmo y del olvido de lo colectivo.
En el Bellum Iugurthinum, Sallustio narra la historia de Yugurta, un príncipe númida que logró manipular el Senado romano con sobornos y artimañas políticas. Este episodio no es solamente una crónica militar, sino una crítica directa al sistema republicano de su tiempo, que había permitido que un extranjero pusiera en jaque a Roma desde dentro. Para el historiador, la corrupción y la falta de unidad eran síntomas de una enfermedad moral profunda. De ahí que su reflexión sobre la concordia y la discordia no sea una simple observación pasiva, sino un grito de advertencia.
El valor de esta frase reside también en su estructura retórica. La antítesis entre parvae res (cosas pequeñas) y maximae (las más grandes), unida al contraste entre crescunt (crecen) y dilabuntur (se disuelven, se deshacen), le otorga una fuerza casi poética. No hay ambigüedad: incluso lo más insignificante puede prosperar con armonía; incluso lo más colosal puede desaparecer si se deja llevar por el conflicto. Es un principio de simetría moral que coloca a la concordia en el centro de todo proyecto humano.
En la historia moderna, numerosos líderes han citado esta frase como fundamento de sus discursos. Desde pensadores renacentistas hasta estadistas contemporáneos, la máxima de Sallustio ha sido invocada en momentos de crisis, como una brújula que señala el norte de la reconstrucción. Después de guerras, desastres o divisiones internas, la búsqueda de la unidad ha sido siempre la clave para salir adelante. La paz no es una concesión, sino una estrategia de supervivencia.
Y sin embargo, a pesar de su claridad, esta enseñanza es con frecuencia ignorada. En el mundo actual, la discordia se presenta muchas veces disfrazada de individualismo, competitividad extrema o polarización ideológica. Las redes sociales amplifican el conflicto; la política se alimenta de la división; los medios de comunicación muchas veces promueven el enfrentamiento. En este contexto, la lección de Sallustio adquiere una urgencia renovada.
Volver a pensar la concordia no significa eliminar las diferencias, sino aprender a convivir con ellas. Significa poner el bien común por encima del beneficio personal, comprender que el progreso colectivo es más duradero que la gloria individual. Esta es una idea que atraviesa no solo la obra de Sallustio, sino también la de otros grandes pensadores clásicos, como Cicerón, Séneca o incluso Platón. La comunidad, como entidad política y moral, solo se sostiene sobre la base de valores compartidos.
En conclusión, la frase “Concordia parvae res crescunt; discordia maximae dilabuntur” no es solamente una observación histórica ni un juicio moral. Es una advertencia constante, aplicable a todos los ámbitos de la existencia humana. Sallustio, testigo y cronista de la decadencia republicana, entendió que la grandeza de una nación o de cualquier estructura colectiva no se mide por su poder militar, su riqueza o su tamaño, sino por su capacidad de mantenerse unida frente a la adversidad. La concordia no es solamente un ideal: es una necesidad.
Y así, en un mundo cada vez más fragmentado, su voz resuena como una campana en medio de la tormenta, recordándonos que nada crece en el caos, y que incluso las fortalezas más imponentes pueden caer si se quiebran desde dentro.
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